¿Qué
eres capaz de hacer por evitar que los cimientos de tu acomodada vida se hundan
arrastrándote con ellos? ¿Qué límites estás dispuesto a sobrepasar con tal de
no perder tu fortuna? ¿ Con quién serías capaz de aliarte para acabar con tu
mayor enemigo? ¿Importan algo tus valores cuando te encuentras en una situación
desesperada?
Éstas
y otras cuestiones nos plantea Alejandro Casona en ‘La barca sin pescador’, una
obra que anoche y por segunda vez en una semana llevaron a escena los chicos
del Teatro Tagaste, una compañía de actores
amateurs que se han empeñado en colgar el cartel de no hay localidades cada vez
que salen a escena.
Y es
precisamente el empeño, el esfuerzo, el sacrificio y la dedicación de cientos
de horas de trabajo durante los fines de semana lo que les lleva a conseguir
las tablas que tienen todos y cada uno de ellos. Estoy hablando de Rafa
Portillo, Leyre Abad, Mario Portillo, Héctor García, Daniel Amatriain, Pablo Lasheras,
Sergio Gutiérrez, Beatriz Moreno, Carmen García, José Manuel Domínguez y
Beatriz Gutiérrez.
El
reto era difícil. Después del gran éxito del musical ‘El sueño de nunca jamás’
las expectativas eran muy altas. Conseguir bajar al espectador de un mundo de
fantasía y ensoñación a la realidad más pura no se antoja tarea fácil.
A lo
largo de hora y media nos hablaron de valores, nos hicieron reír, llorar, nos
encogieron el corazón en un puño (especialmente en la escena de la discusión de
las dos hermanas) y transmitieron un mensaje social a través de algo tan simple
y a la vez tan complicado como es el amor.
Soberbia
actuación de Rafa Portillo y Beatriz Moreno, dos veteranos en esto del teatro y
dos actores capaces de meterse al respetable en el bolsillo con papeles muy
diferentes. Él encarnaba a Ricardo Jordán, un bróker capaz de vender su alma al
diablo con tal de no perder su capital. Ella, la madre resabiada y locuaz que
supo junto con José Manuel Domínguez (Tío Marcos) arrancar las risas más sonoras
del público.
Sin
ánimo de hacer de más, ni de menos me gustaría destacar dos hechos concretos.
Uno es el papel de Sergio Gutiérrez (el caballero de negro que encarnaba al
mismísimo diablo) puesto que durante el tiempo que permanece en escena habla en
todo momento al patio con la dificultad que eso entraña. Y el segundo es la
interpretación de una habanera en uno de los palcos del Teatro Ideal que sirvió
como pasatiempo del público durante el cambio de escenario del primero al
segundo acto.
El
artífice de todo esto es Javier Gutiérrez, el director de Tagaste y alma mater del teatro calagurritano. Una
persona entregada que ve recompensado su trabajo (no remunerado) cada vez que
el público responde. Ayer Calahorra lo volvió a hacer y es precisamente su
respuesta la que da alas a la imaginación de Javi y gasolina suficiente como
para pensar en su siguiente reto, es decir, su próxima obra.